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domingo, 7 de febrero de 2016

Confesiones

La confesión en un maravilloso invento católico. 
¡Qué invento la confesión....! Después de liarla parda nada mejor que una buena iglesia con su confesionario y a desquitarse, casi como cagar.
Disculparán mis rudas maneras, pero las abuso por expresivas y por aquello de llamar vuestra atención.
Ahí va Mi Confesión, pues bien... Tengo este blog abandonado, y el otro...! De rezar no tengo tiempo ni fe, así que rápidamente una minúscula historia ilustrada.
Confieso que he perdido el tiempo, pero lo encuentro ahora mismo, porque sé dónde lo dejé.



Recién cumplidos los 40, me regalo una falda y me hago un colgante. En el tren es muy entretenido ir ensartando piezas mientras la señora de en frente, que va a Lourdes, me mira estupefacta, como si hiciera magia o algo de brujas, pues si supiera que lo que bebo en mi taza de porcelana inglesa es vino blanco y no te de jazmín... Señora, vuelva a la vida.



Este anillo lo fabriqué en puro tránsito, pero no espacial, sino emocional, algo muy normal en mí ya que emocionalmente sino bullo, muero.
Es un anillo de amor, de esos que se regalan cuando quieres simbolizar algo sentimental y profundo, y la destinataria encantada, no sé si por el objeto o por la intención, pero yo os conozco y sé cómo os miráis el dedo cuando conseguís el anillo, ahí el amor pasa a otro estadio y el anillo es amor, y a tí te encontré en la calle.
La plata y la turquesa es un clásico donde los haya, pero yo me he puesto a componer hojas, pétalos y bolitas de plata, porque aunque esto ocurre en invierno, también hay flores con su escarcha.

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