Otoño
Qué ocurre en el otoño. En los míos pasa de todo ingrávido entre los ocres, a principios de la estación el sol de la mañana es el bálsamo de las bestias pardas.
En otoño empiezan a enfriarse las orejas y abandonamos ciertas costumbres, por lo menos aquí y yo. Empieza el cuello de cisne, las bufandas y este año triunfando frente al freskibiri con street mantitas.
Los pendientes largos ya no valen, o son una tabarra o los vas a perder.
Pero las orejas sin nada en ellas, yo no llevo. Seguramente que me agarre alguna pataleta por esas fechas y para aplacar mis impulsos y mimarme un poco, me regalo unos pendientes.
Primavera
Y ahora qué, toca renovarse o perecer entre flores de almendro. Primavera, qué peligro, yo me pongo muy revuelta, y estallo, broto y bruta.
Esta primavera, dicen que es fría, pero yo he empezado calentita.
Así que un poco de aire sobre la bicicleta y quiero volar y brillar destellos de luz.
El otoño ya fué y se ha ido transformando en días más largos y distendidos. También tengo que actualizar lo que sirvió entonces.
Quiero escuchar el tintineo de las plumas de metal, sentir como se inflan hacia arriba con el viento, suspendidas en estilizadas cadenas, tán frágiles, que en uno de los pendientes casi me hacen desistir de la tarea. Mimarme no es tan sencillo. Cuesta un trabajo, cuando soldaba un eslabón por un lado, se desoldaba otro del contrario.
Y yo, que soy conocida por mi falta de paciencia, aquí tengo infinita.
Y qué queréis que os diga, a mí que los de primavera son más equilibrados y bonitos, pero a favor de los de otoño diré que no me los he quitado hasta que no se han hecho mariposillas juguetonas.





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