Yo no quiero la Semana Santa, ni sangre ni pasión, voy sobrada todo el año.
Estos anillos no son alianzas.
Pero el significado está en el juego. El juego de la tensión.
Tras las malas noticias me hago tirabuzones o enredo con los anillos.
Son anillos pasionales, marcados a fuego como los becerros, y en pleno domingo de ramos se atisba lo que se avecina, una cuaresma repleta de pecaminosos pecados de pecadora más que habitual. Dime dónde la norma que afilo la pértiga.
Odio la semana santa, lo he dicho, verdad? Las peores historias transcurren en estas fechas, lo más oscuro de cada uno revive y los motivos son confusos entre tanta liturgia impostora.
Nadie va a resucitar. Ni daré la vida por tí, las únicas coronas que me gustan son las de los cuentos y las sustentan jovenes bellas, pero no olvido el atractivo de Jesús ensangrentado y desnudo arrastrando los maderos.
Que alguien nos de agua, porque tenemos la boca seca de decir que menos santa esta semana será.
Y de la pasión no quiero hablar hoy.


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