Origen sincero del cuarzo limón...
Son las piedras que se solidifican bajo el limonero que regalé a mi padre y que él plantó en Ajo, Cantabria.
Da limones todo el año, y me lo vendieron bien barato, era una rama enclenque, pero yo confiaba en ella. Sólo yo, porque las ilusas somos así de optimistas y esperanzadas.
Nadie daba un duro y al año ya se doblaba por su débil tronco cargada de limones.
Es cierto que no eran los mejores limones del mundo pero sí lo únicos que crecían en nuestro jardín. Y eso nos hinchaba de orgullo, nos elevaba allende la Ojerada, cruzando la kalima por el océano.
Ricas limonadas frescas con azúcar y yerba buena. El limonero que daba esos limones de tosca y gruesa corteza, abonado con sus mismas pieles, seguía creciendo, dando acidez a las gambas y navajas, a los mejillones al vapor y refrescando gaznates.
Mi limón mi limonero. Planta uno al lado del mar, pescado y marisco aderezado por ácido caldo de la tierra que azota la brisa marina.
El mar pide limón, y no por capricho.
Y llora el limonero, porque pasa días sólo y el resultado de sus lágrimas saladas y acidas se cristaliza en la raíz y un día escarbando con las uñas, queriendo esconder un recuerdo triste y vago, brilla la tierra, huele a cítrico y entre las negras garras de enterradora los destellos brutos de una piedra brusca y sin domar, un cuarzo citrino, con bellas iridiscencias de cuando la luna besa al árbol regresando del mar.
Y de ahí nace el collar de plata. Te lo crees? Yo tampoco, pero seguro que así fue. Lo cuenta una leyenda.





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