Las joyas inteligentes conocen su destino.
Tú me pediste un amuleto, me decidí por una piedra luna y encontré unas muy lindas, pero no sabía bien qué hacer con ellas... Me gustaba mucho hacerte una joya, porque escribes y sientes, estaba muy ilusionada y cuando conseguí las piedras aún más.
Volví de mis vacaciones y comencé tu colgante y todo se tiñó blancuzco al retorno y la piedra luna también se tornó lechosa y mis días grises sobrevinieron a horas sentadas en la mesa destilando la tristeza en una joya interminable, siempre insuficiente, insatisfecha.
Fué el mal de amores que me sorprendió de nuevo.
Me entristecí, el amuleto estaba manchado de desdicha y yo no estaba convencida. Pero era precioso y exudaba mi debilidad, mis defectos, era bello a su manera.
Cuando me escribiste y me contaste que lo habías perdido, que se había desprendido del hilo, respiré.
Voy a fabricar otro para tí, no me importa el tiempo. No te pertenecía, porque no pertenece a nadie mi nostalgia.
Yo me alegro de que se perdiera. Aunque era precioso. Eso no significa nada, porque la belleza también es fatal.
Una nueva pieza para tí, es un buen momento.
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