Yo ya sabia que esto me iba a gustar....
Digo lo de los martillazos, y el anillito ni te cuento. Esa cosita tan fina que ha sido fabricada a golpe y fuerza, todavía siento la vibración en las muñecas, pero no quiero ser pupas como los viejos pellejos carne de ambulatorio y terror de médico de cabecera. Hasta que el cuerpo aguante y con mimo seguiré dejándome castigar y manchar por las joyitas.
No sólo de martillo vive el joyero, antes de martillar algo hay que crearlo, pues de un lingote sale el hilo que a base de fuego y fuerza se estira.
En una hilera para hilo cuadrado (forma de la sección del hilo) llego hasta 1mm de grosor. Es el que quiero para estos anillos, por mí puede ser menos, el oro estira y es duro, pero como quiero darle la textura martillada, necesito algo de base o espacio en el que tenga cabida.
Yo sé que es un clásico, y me importa nada. Lo que me gusta es llevar mis cositas en los dedos con gusto. Estos anillos forman parte de los básicos necesarios. Por lo menos en mi vida. Dame un aro de oro que ya le pondré más coleguitas alrededor para que no se sienta solo. Y se sientan todos juntos y mezclados armónicos en los dedos.
Algo así como lo de llevar percusión de metal integrada, ir haciendo ruido por la calle, con las pulseras o los tacones, o con unos maxi pendientes llenos de trasterío.
En Istra una vez una chica devolvió unos pendientes porque sonaban y le ponían dolor de cabeza. A mí eso no me ocurre, antes levanto yo dolores que el agradable chocar las esclavas. Que vienen a se como un anillo para gigantes y se hace pulsera en la muñeca de un humano de tamaño común.
Esclavas, alianzas... Las joyas atan mucho y de diversas maneras.
Pero mis joyas son libres, muchas de ellas son encargos de las propias dueñas para sí mismas, como éstos anillos para Maite.




No hay comentarios:
Publicar un comentario